Por qué tienen las formas que tienen, ha despertado siempre el interés de las personas intelectualmente curiosas. Han establecido su historia (y todavía lo hacen) hallazgos arqueológicos que han facilitado
fundamentales descubrimientos en el campo de la epigrafía (interpretación de las inscripciones), así como importantes investigaciones realizadas por los paleógrafos (estudiosos de la escritura y signos de los libros y documentos antiguos). A pesar de todos estos estudios e investigaciones, las letras que usamos hoy en nuestro idioma son creaciones anónimas, con una excepción. Al rey griego Palamedes se le atribuye el invento de varias letras, pero no deja de ser una leyenda. Sin embargo, la letra g sí que tiene un padre histórico
La escritura a mano o caligrafía solía emplear en latín letras mayúsculas, era lo que se denomina escritura uncial (del latín UNCIĀLIS, de una pulgada), hasta el siglo VII, en que paulatinamente fueron generalizándose las letras minúsculas; si bien ya desde el siglo II había letras (como la a) en que la minúscula aparecía por redondeo de los trazos angulosos de la mayúscula. No está claro el motivo por el que apareció la letra minúscula, pero parece evidente una razón práctica, al proporcionarle a la escritura una mayor agilidad. En el Renacimiento, con la recuperación del clasicismo grecolatino y el descubrimiento de la imprenta (en 1472 se instaló en Segovia la primera imprenta española), la mayúscula recuperó importancia en la escritura, ya española.