octubre 3, 2023

La nina abandonada en el castillo

Tenía cinco o seis años de edad cuando la encontraron abandonada en el castillo de Santa Bárbara.

Fue en plena Guerra de Sucesión. Los soldados borbónicos entraron en la fortaleza que corona el monte Benacantil pocas horas después de que la abandonaran las tropas inglesas. Encontraron entre
sus muros «16 cañones de bronce y 70 de hierro, cuatro morteros, gran cantidad de granadas, balas y pólvora, y mucho vino, tocino y otras provisiones de boca», según relata el cronista Viravens; pero también a una niña inglesa que había sido abandonada a su suerte. Así lo testimonia la siguiente acta de bautismo, registrada en el libro correspondiente de la iglesia de Santa María que se conserva en el archivo del obispado:

«Dumengie en vintihuit dies del mes de Abril añy mil setsents y nou (…). Juan Batiste Lopez Vicari Perpetuo de esta Parrochial Bategia SubConditione per no estar fets del Batisme o si estava o no Bategiada á Josepha Maria Felicia de edad de sinhc o sis añys poc mes ó mens de Nacio Inglesa, queda en lo castell despues de las capitulaciones que fesen los inglesos y no conseguir foran sos pares. Fosen Compares Pedro Jose de Nacio francés y Felicia Sanabre. D.º Crescencio Gozalbez».

Es decir, que por no estar seguros si estaba o no bautizada, el domingo 28 de abril de 1709 bautizaron a una niña de cinco o seis años a la que encontraron sola en el castillo de Santa Bárbara. Era inglesa, no debía saber hablar español e ignoramos si alguien supo hablarle en su idioma. Se desconocía quienes eran sus padres. Tampoco sabemos cuál era su verdadero nombre. La bautizaron con el de Josefa María Felicia, muy probablemente en honor a la mujer que hizo las veces de madrina durante la ceremonia sacramental. Fue su padrino un francés de nombre Pedro José, pero del que desconocemos su apellido. Posiblemente era uno de los soldados que la encontraron en el castillo; quizás un oficial.


Lo que es seguro es que, hasta entonces, la pequeña hubo de sufrir muchas penalidades, pese a su corta edad.

También es muy probable que fuera huérfana. Si cuesta aceptar que un padre pueda abandonar a una niña tan chica y en una situación tan dramática como aquella, mucho más difícil es imaginar que lo haga una madre. Todo hace suponer que su padre era un soldado inglés y que su madre le acompañaba. Podría haber tenido su padre otra profesión, comerciante acaso, pero resulta más improbable puesto que los civiles británicos hacía tiempo que habían huido de Alicante.

Después de asediarla durante ocho meses, las fuerzas ‘austriaquistas’ (partidarias del archichuque Carlos) tomaron Alicante en septiembre de 1706. Los defensores borbónicos de la plaza habían huido poco antes. Un mes más tarde fue conquistado por el ejército inglés el castillo de Santa Bárbara, donde se habían refugiado unos dos mil soldados franceses. La paz subsiguiente fue tensa y estuvo teñida de tragedia. Muchos alicantinos eran partidarios de Felipe V; la concentración de tropas hizo surgir el hambre; y la ciudad empezó a vaciarse cuando brotó una extraña epidemia que se extendió rápida y mortalmente por los pueblos vecinos. Presumiblemente se trataba del tifus exantemático, pues sus síntomas coinciden con esta enfermedad contagiosa, que se dijo había sido traída por los ingleses. Duró desde finales de septiembre de 1707 hasta julio del año siguiente. En estos diez meses murieron víctima de esta extraña enfermedad unas nueve mil personas, seis mil de ellas inglesas, casi todas en Alicante.

Cuatro meses después de que acabara tan terrible epidemia, la ciudad volvió a sufrir otro asedio, esta vez por parte del ejército francés. Tras durísimos combates, los partidarios del Borbón entraron en la ciudad. Previamente, tres regimientos ingleses y varias familias de alicantinos ‘austriaquistas’ habían embarcado en las naves británicas que fondeaban en la bahía. Pero igual que hicieran antes los franceses, la guarnición inglesa del castillo de Santa Bárbara ofreció resistencia. Durante los tres meses siguientes el intercambio artillero fue brutal, soportando la peor parte la población alicantina. El 29 de febrero de 1709 la explosión de una mina en el Benacantil destrozó una parte del castillo, pero la guarnición inglesa perseveró en su defensa. El 15 de abril arribaron a la bahía veintitrés buques ingleses. A bordo de uno de ellos iba el caudillo ‘austriaquista’ Diego Stanhop. El bombardeo naval, combinado con el de los cañones del castillo, asoló la ciudad. Hubo un intento de desembarco de las fuerzas partidarias del archiduque Carlos, pero lo impidieron una fuerte tormenta y la acertada reacción del general francés Aslfeld, que ordenó desplegar a sus hombres en la costa, desde la Albufereta hasta la playa de Babel. El propio Stanhop negoció una capitulación honrosa con Asfeld y, el 20 de abril, los seiscientos soldados ingleses que habían estado defendiendo el castillo de Santa Bárbara lo abandonaron, embarcando seguidamente en las naves. Con ellos se llevaron dos culebrinas de bronce, pero no a la pequeña huérfana.


No es aventurado suponer que la niña era huérfana. Ningún inglés se preocupó de llevársela. Nadie se acordó de ella porque no debía quedarle vivo ningún pariente. Muy probablemente su padre murió en combate; y su madre también debió perecer, tal vez como consecuencia de la horrible epidemia que acabó con la vida de más de seis mil ingleses en Alicante durante el año anterior.

En cualquier caso, lo que sí sabemos cierto es que fue bautizada ocho días después de que fuese encontrada en el castillo de Santa Bárbara. Recibió el bautismo en la iglesia de Santa María, un edificio que presentaba numerosas y graves heridas en sus muros, sobre todo en el que daba al mar. Varias balas habían quedado incrustadas en las paredes de la antesala capitular. En la parte izquierda del edificio, separada de la nave por un arco, estaba la capilla del baptisterio, de casi diez metros de largo y algo más de tres metros y medio de ancho, con el techo abovedado y las paredes adornadas con pinturas del milanés Juan Andrea de Ulio. En esta capilla se hallaba la pila de mármol blanco en la que fue bautizada nuestra niña.

¿Qué fue de ella? ¿Ingresó en algún hospicio? Faltaba un siglo para que se construyera la Casa de la Maternidad, pero entonces era habitual que las niñas huérfanas fuesen recogidas en algún convento. ¿Fue adoptada quizá por sus padrinos? Seguir sus pasos es empresa imposible. Al no saber el apellido del francés que la apadrinó, no es posible seguirle el rastro. Sabemos el de su madrina, pero los índices de los registros matrimoniales de aquella época solo contienen los apellidos de los varones. Aun así, he dedicado varios días a buscar sus huellas en los archivos históricos de la ciudad. Pero en esta ocasión no me ha sonreído la diosa Fortuna. Aunque me separan de ella más de trescientos años, ya no es una desconocida para mí. Ojalá tuviera una vida larga y feliz.

Compartir
Dejar un comentario

Curiosidario