El Vanguardismo, y los poemas vanguardistas en general, surgieron en la primera mitad del siglo XX y su principal característica era la libertar plena: tanto en métricas, en la irreverencia mostrada en la narrativa, en la creatividad y la construcción de contextos literarios.
Del mismo modo, sugerían no asumir ninguno de los convencionalismos literarios de la época. Junto al Romanticismo, suponen una ruptura completa de los dogmas poéticos establecidos.
El vanguardismo como movimiento es anárquico, desde la concepción hasta en los detalles que a simple vista parecen insignificantes. Se utilizaban tipografías personalizadas, se escribía al revés, en espiral, en lenguajes de signos, se le agregaban onomatopeyas, dibujos, y un sinfín de criterios a juicio de cada artista.
El vanguardismo en la poesía utiliza intencionalmente palabras fuera de contexto, creación de palabras que hasta ese momento no existían, y prescindir de la mayor cantidad de recursos gramaticales posibles, a fin de crear un “estado anárquico poético” en el resultado final.
La evolución del vanguardismo en Europa luego desembarcó en América, donde el vanguardismo adoptó la metáfora y las analogías como principal recurso, con mayor o menor grado de sutileza dependiendo de cada autor.
Vanguardismo hispano: Autores más representativos
En España, el vanguardismo está representado, en la poesía, por autores como León Felipe –quizá el más conocido-, pero también por uno de los poetas más grandes de la historia de este país: Federico García Lorca.
Aunque, con García Lorca sucede algo nuevo, ya que es considerado parte del movimiento del Romanticismo, pero también logró ser uno de los mejores en la categoría del Vanguardismo, de allí que se le conozca como un “romántico vanguardista”, tal vez el único poeta con tal distinción.
En Latinoamérica, sin embargo, fue donde el vanguardismo floreció más, sobre todo en Chile. Es en el país austral donde Vicente Huidobro y Pablo Neruda proponen cambiar las reglas del juego y asumir la poesía como un acto de libertad. Y lo logran.
El primero, considerado un genio literario universal. El segundo, logrando un Nobel de Literatura con un libro de poemas vanguardistas (sonetos que no rimaban ni pretendían hacerlo).
México, Perú y Argentina, con Octavio Paz, César Vallejo y Jorge Luis Borges, proponen un tono distinto al vanguardismo poético, y el movimiento crece.
Al día de hoy, todos los mencionados encabezan la lista de “mejores poetas hispanos de todos los tiempos”. De allí que el vanguardismo sea uno de los movimientos más grandes, en cuanto a capacidad de cambio realizado.
A continuación, 25 de los mejores poemas vanguardistas. ¡Sin pérdidas!
Yo soy el gran blasfemo, de León Felipe (España)
El grito suena bien
en el vientre de la cueva,
el salmo bajo el mediodía
de los templos
y la canción en el crepúsculo…
El grito es el primero.
Hay un turno de voces:
yo grito, tú rezas, él canta…
El grito es el primero.
Y hay un turno de bridas:
él las lleva, tú las llevas, yo las llevo.
Y a la hora de las sombras subterráneas
la blasfemia reclama sus derechos.
Los caballos piafan ya enganchados
y la carroza aguarda…
¿Quién la lleva?
Yo: el blasfemo.
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
Éste es el poeta,
tú eres el salmista,
ése es el que llora,
tú eres el que grita…
yo soy el blasfemo.
Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
¡Arriba! ¡Subid todos!
¡Vamos hacia el infierno!
La aijada tiene su ritmo,
y la tralla, y el frito, y el aullido…
y la blasfemia del cochero.
¡Arre!
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Vida mía, vida mía,
tengo un ojo pitañoso
y el otro con ictericia.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es mi copla,
la copla de mi carne,
la copla de mi cuerpo.
Mas si mis ojos están sucios
los vuestros están ciegos.
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar otra vez.
El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
El viejo rey de Castilla
tiene una pierna leprosa
y la otra sifilítica.
El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es la copla de mi tierra,
la copla de mi reino.
Mas si mi reino está podrido
su espíritu es eterno.
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!…
Llevadme de nuevo el compás.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
En los cuernos de la mitra
hay una plegaria verde
y otra plegaria amarilla.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Ésta es la copla de mi alma,
de mi alma sin templo
porque la bestia negra
apocalíptica,
lo ha llenado de estiércol.
Tres veces cantó el gallo,
tres veces negó Pedro,
tres veces canto yo:
por mi carne,
por mi patria y por mi templo…
Por todo lo que tuve y ya no tengo…
¡Arre! ¡Arre! ¡Arre!
¡Vamos al infierno!
Tú con el laúd, éste con el salterio,
aquel con la bocina, ése con su lamento,
vosotros con la espada,
y yo, como Don Juan y como Job,
maldiciendo, blasfemando…
cada cual con su instrumento.
Vamos bien,
no hemos errado el sendero.
Conjugad otra vez:
éste es el poeta, tú eres el salmista,
ése es el que llora, tú eres el que grita.
Yo soy el blasfemo…
¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio?
¡Eh, tu!
Tú que sabes lo que pesan las piedras
y lo que corre el viento…
¿Cuál es la velocidad de las tinieblas
y la dureza del silencio?
¿No contestas?…
Pues las bridas son mías. Yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.
Músicos, sabios, poetas y salmistas,
obispos y guerreros…
Dejadme todavía preguntar:
¿Quién ha roto la luna del espejo?
¿Quién ha sido?
¿La piedra de la huelga,
la pistola del gángster,
o el tapón del champaña
que disparó el banquero?
¿Quién ha sido?
¿El canto rodado del poeta,
el reculón del sabio,
o el empujón del necio?
¿Quién ha sido,
la vara del juez, el báculo o el cetro?
¿Quien ha sido?
¿Nadie sabe quién ha sido?
Pues las bridas son mías.
;Adelante! ¡Arre! ¡Arre!…
¡Vamos hacia el infierno!
Ya no hay otro camino.
«¿Llegaremos a tiempo?»
«¿Antes de que amanezca?»
«Desde luego.»
Y para hacer más corta la jornada
ahora cantaremos en coro,
y cantaremos las coplas
del Gran Conserje Pedro.
Yo llevaré la voz cantante
y vosotros el estribillo
con lúgubre ritmo de allegreto.
Copla:
Vino la guerra.
Y para hacer obuses y torpedos
los soldados iban recogiendo
todos los hierros viejos de la ciudad.
Y Pedro, el Gran Conserje Pedro,
le dijo a un soldado:
«Tomad esto…»
Y le dio las llaves del templo.
Estribillo:
Pedro, Pedro…
El Gran Conserje Pedro
que ha vendido las llaves del templo.
Copla:
Pedro… Te dijo el Señor de los Olivos
cuando heriste con tu espada al siervo:
«Mete esa espada en la vaina,
que yo sé a lo que vengo.»
Y la metiste…
con las cajas de caudales en el templo.
Estribillo:
Pedro, Pedro, el Gran Conserje Pedro,
amigo de soldados y banqueros.
Copla:
Y ahora tenemos que ir al cielo
dando un gran rodeo
por el camino del infierno,
cavando un largo túnel en el suelo
y preguntando a las raíces y a los topos,
porqué ya no hay campanas
ni espadañas,
Pedro, y los pájaros…
todos tus pájaros se han muerto.
Estribillo:
¡Pedro, Pedro,
todos tus pájaros se han muerto!
Sin embargo, señores,
yo no soy un escéptico
y hay unas cuantas cosas en que creo.
Por ejemplo, creo en el Sol,
en el Diluvio y en el estiércol;
en la blasfemia,
en las lágrimas y en el infierno;
en la guadaña y en el Viento;
en el lagar,
en la piedra redonda del amolador
y en la piedra redonda del viejo molinero;
y en el hacha que derriba los árboles
y descuartiza los salmos y los versos;
en la locura y en el sueño…
y en el gas de la fiebre también creo,
en ese gas ingrávido,
expansivo y etéreo,
antifilosófico,
antidogmático y antidialéctico
que revienta los globos…
los grandes globos,
los globitos y el cerebro.
Y creo que hay luz en el rito,
luz en el culto y luz en el misterio.
Creo que el agua se hace vino,
y sangre el vino,
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo.
Creo que el trigo se hace harina
y carne la harina…,
carne de Dios y carne de mi cuerpo.
Creo que un hombre honrado
cuando nos da su pan
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos.
Éste es mi credo.
Éste es mi viejo credo y pronto será el vuestro.
Ya lo iréis aprendiendo.
Con él entraremos por la puerta norte
y saldremos por el postigo del infierno.
El infierno no es un fin, es un medio…
Nos salvaremos por el fuego.
Y no es un fuego eterno.
Pero es, como las lágrimas,
un elevado precio
que hay que pagarle a Dios,
sin bulas ni descuentos,
para entrar en el reino de la luz,
en el reino de los hombre,
en el reino de los héroes,
en el reino que vosotros
habéis llamado siempre
el reino beatífico del cielo.
¡Vamos allá!
¿Estamos todos?
Hagamos el último recuento:
Éste es el salmista,
el que deshizo el salmo
cuando dijo con ira y sin consejo:
«Tú eres el Dios que venga mis agravios
y sujeta debajo de mí, pueblos.»
Y éste es el poeta luciferino,
el que inventó el poema
esterilizado y antiséptico
y guardó en autoclaves la canción,
puritano, orgulloso y fariseo.
¡Oh, puristas y estetas!
Aún no está limpio vuestro verso
y su última escoria ha de dejarla
en los crisoles del infierno.
Aquí van los artistas sodomitas,
los pintores bizcos
y los poetas inversos.
No lloréis.
Pero no digáis tampoco
que la Luz y el Amor se ven mejor
torciendo la mirada o torciendo el sexo.
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller,
a la gran fragua
donde se enderezan los entuertos.
Aquel es el que grita,
el hombre de la furia,
y aquel otro el que llora,
el hombre del lamento.
Allá va el rey leproso y sifilítico,
éste es el sabio tímido,
cargado de tarjetas y de miedo.
Aquí van el juez y el gángster
los dos juntos en el mismo verso.
Éste es el Presidente
demócrata y guerrero
que desnudó la espada en el verano
y debió desnudarla en el invierno.
¡Ay del que se armó tan sólo
para defender su granero,
y no se armó
para defender primero el pan de todos!
¡Ay, del que dice todavía:
nos proponemos conservar lo nuestro!
Allí va el demagogo,
aquél es el banquero,
éstos son los cristianos
-que ahora se llaman los «cristeros»-
Y éste es el hombre de la mitra,
la bestia de dos cuernos,
el que vendió las llaves…
el Gran Conserje Pedro…
¡Aquí van todos!
Y aquí voy yo con ellos.
Aquí voy yo también,
yo, el hombre de la tralla,
el de los ojos sucios… el blasfemo.
Sí. Ahora ya sin hogar y sin reino
sin canción y sin salmo,
sin llaves y sin templo…
yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.
Se va del salmo al llanto,
del llanto al grito, del grito al veneno…
¡Arre! ¡Arre!
¡Y se gana la luz desde el infierno!
Primavera a la vista, de Octavio Paz (México)
Pulida claridad de piedra diáfana,
lisa frente de estatua sin memoria:
cielo de invierno, espacio reflejado
en otro más profundo y más vacío.
El mar respira apenas, brilla apenas.
Se ha parado la luz entre los árboles,
ejército dormido. Los despierta
el viento con banderas de follajes.
Nace del mar, asalta la colina,
oleaje sin cuerpo que revienta
contra los eucaliptos amarillos
y se derrama en ecos por el llano.
El día abre los ojos y penetra
en una primavera anticipada.
Todo lo que mis manos tocan, vuela.
Está lleno de pájaros el mundo.
Arte Poética, de Jorge Luis Borges (Argentina)
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.
Una Rosa y Milton, de Jorge Luis Borges (Argentina)
De las generaciones de las rosas
Que en el fondo del tiempo se han perdido
Quiero que una se salve del olvido,
Una sin marca o signo entre las cosas
Que fueron. El destino me depara
Este don de nombrar por vez primera
Esa flor silenciosa, la postrera
Rosa que Milton acercó a su cara,
Sin verla. Oh tú bermeja o amarilla
O blanca rosa de un jardín borrado,
Deja mágicamente tu pasado
Inmemorial y en este verso brilla,
Oro, sangre o marfil o tenebrosa
Como en sus manos, invisible rosa.
Los Heraldos Negros, de César Vallejo (Perú)
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
La Rama, de Octavio Paz (México)
Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.
Se yergue, flecha, en la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.
El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.
Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada
Bordas de hielo, de César Vallejo (Perú)
Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos…
¡Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
¡la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
¡de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
¡y quien habrá partido seré yo…!
Cuando yo vine a este mundo, de Nicolás Guillén (Cuba)
Cuando yo vine a este mundo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo
se me alivia caminando,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando.
Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que mirar para ver,
hay que andar.
Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud:
lanza de mi poderío,
coraza de mi virtud.
Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud.
Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón,
y mi voz entera es
la voz entera del sol.
Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo;
ya estará el de abajo arriba,
cuando el de arriba esté abajo.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo.
Hay gentes que no me quieren,
porque muy humilde soy;
ya verán cómo se mueren,
y que hasta a su entierro voy,
con eso y que no me quieren
porque muy humilde soy.
Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que vivir para ver,
hay que andar.
Cuando yo vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo,
te digo,
se me alivia caminando,
te digo,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
¡nadie me estaba esperando!
Poema XX, de Pablo Neruda (Chile)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Residencia en la tierra, de Pablo Neruda (Chile)
Sucede que me canso de ser hombre
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
Marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
Sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
Ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
Y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
Asustar a un notario con un lirio cortado
O dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
Ir por las calles con un cuchillo verde
Y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
Vacilante, extendido, tiritando de sueño.
Hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
Absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
De subterráneo solo, de bodega con muertos
Ateridos, muriéndose de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
Cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
Y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
Y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, ciertas casas hù-
medas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana.
A ciertas zapaterías con olor a vinagre,
A calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
Colgando de las puertas de las casas que odio,
Hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
Hay espejos
Que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
Hay paraguas en todas partes, y veranos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
Con furia, con olvido.
Paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
Y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
Calzoncillos, toallas y camisas que lloran
Lentas lágrimas sucias.
Guitarra, de Nicolás Guillén (Cuba)
Tendida en la madrugada,
la firme guitarra espera:
voz de profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son, estira
la carne dura.
¿Arde la guitarra sola?
mientras la luna se acaba;
arde libre de su esclava
bata de cola.
Dejó al borracho en su coche,
dejó el cabaret sombrío,
donde se muere de frío,
noche tras noche,
y alzó la cabeza fina,
universal y cubana,
sin opio, ni mariguana,
ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja,
nueva otra vez al castigo
con que la espera el amigo,
que no la deja!
Alta siempre, no caída,
traiga su risa y su llanto,
clave las uñas de amianto
sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcohol la boca,
y en esa guitarra, toca
tu son entero.
El son del querer maduro,
tu son entero;
el del abierto futuro,
tu son entero;
el del pie por sobre el muro,
tu son entero. . .
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcohol la boca,
y en esa guitarra, toca
tu son entero.
Balada del ausente, de Juan Carlos Onetti (Uruguay)
Entonces no me des un motivo por favor
No le des conciencia a la nostalgia,
La desesperación y el juego.
Pensarte y no verte
Sufrir en ti y no alzar mi grito
Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
En lo único que puede ser
Enteramente pensado
Llamar sin voz porque Dios dispuso
Que si Él tiene compromisos
Si Dios mismo le impide contestar
Con dos dedos el saludo
Cotidiano, nocturno, inevitable
Es necesario aceptar la soledad,
Confortarse hermanado
Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur,
En cualquier regreso
En cualquier hora cambiable del crepúsculo
Tu silencio
Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda
Que no responde al sombrero enlutado
Golpeando las rodillas
Que teme a Dios y se preocupa
Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.
No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,
Hacia la claridad dolorosa del mundo,
Desnudo, sólo, desarmado
bamboleo mi cuerpo enmagrecido
Tropiezo y avanzo
Me acerco tal vez a una frontera
A un odio inútil, a su creciente miseria
Y tampoco es consuelo
Esa dulce ilusión de paz y de combate
Porque la lejanía
No es ya, se disuelve en la espera
Graciosa, incomprensible, de ayudarme
A vivir y esperar.
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
Fundido con ella.
El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.
Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor
Ya ni siquiera creo,
En romper espejos
En la noche
Y lamerme la sangre de los dedos
Como si la hubiera traído desde allí
Como si la salobre mentira se espesara
Como si la sangre, pequeño dolor filoso,
Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
Y yo la, lo pierdo, doy mi vida,
A cambio de vejeces y ambiciones ajenas
Cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Volver y no lo haré, dejar y no puedo.
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
Y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.
Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas
Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.
Poema XV, de Pablo Neruda (Chile)
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
Y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
Emerges de las cosas, llena de alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
Y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
Claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubiera muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Soneto XVI, de Pablo Neruda (Chile)
Amo el trozo de tierra que tú eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. Tú repites
la multiplicación del universo.
Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.
De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra
tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía.
Vencidos, de León Felipe (España)
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
Y ahora ociosa y abollada
va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero,
sin peto y sin espaldar…
va cargado de amargura…
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar…
va cargado de amargura…
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar…
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
va cargado de amargura…
va, vencido, el caballero
de retorno a su lugar.
Cuántas veces, Don Quijote,
por esa misma llanura
en horas de desaliento
así te miro pasar…
y cuántas veces te grito:
Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame
a ser contigo pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
El sueño, de Jorge Luis Borges (Argentina)
Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que solo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?
18, de Vicente Huidobro (Chile)
Heme aquí al borde del espacio y lejos de las circunstancias
Me voy tiernamente como una luz
Hacia el camino de las apariencias
Volveré a sentarme en las rodillas de mi padre
Una hermosa primavera refrescada por el abanico de las alas
Cuando los peces deshacen la cortina del mar
Y el vacío se hincha por una mirada posible
Volveré sobre las aguas del cielo
Me gusta viajar como el barco del ojo
que va y viene en cada parpadeo
he tocado ya seis veces el umbral
del infinito que encierra el viento
Nada en la vida
salvo un grito de antesala
nerviosas oceánicas qué desgracia nos persigue
en la urna de las flores impacientes
se encuentran las emociones en ritmo definido
Agosto de 1914, de Vicente Huidobro (Chile)
Es la vendimia de las fronteras
Tras el horizonte algo ocurre
En la horca de la aurora son colgadas todas las ciudades
Las ciudades que husmean como pipas
Halalí
Halalí
Pero esta no es una canción
Los hombres se alejan
Monumento al mar, de Vicente Huidobro (Chile)
Paz sobre la contelación cantante de las aguas
Entrechocadas como los hombros de la multitud
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Paz sobre la lápida de los naufragios
Paz sobre los tambores del orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.
He aquí el molde lleno de trizaduras del destino
El molde de la venganza
Con sus frases iracundas despegándose de los labios
He aquí el molde lleno de gracia
Cuando eres dulce y estás allí hipnotizado por las estrellas
He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
Porque un día nadie se paseará por el tiempo
Nadie a lo largo del tiempo empedrado de planetas difuntos
Este es el mar
El mar con sus olas propias
Con sus propios sentidos
El mar tratando de romper sus cadenas
Queriendo imitar la eternidad
Queriendo ser pulmón o neblina de pájaros en pena
O el jardín de los astros que pesan en el cielo
Sobre las tinieblas que arrastramos
O que acaso nos arrastran
Cuando vuelan de repente todas las palomas de la luna
Y se hace más oscuro que las encrucijadas de la muerte
El mar entra en la carroza de la noche
Y se aleja hacia el misterio de sus parajes profundos
Se oye apenas el ruido de las ruedas
Y el ala de los astros que penan en el cielo
Este es el mar
Saludando allá lejos la eternidad
Saludando a los astros olvidados
Y a las estrellas conocidas.
Este es el mar que se despierta como el llanto de un niño
El mar abriendo los ojos y buscando el sol con sus pequeñas
/manos temblorosas
El mar empujando las olas
Sus olas que barajan los destinos
Levántate y saluda el amor de los hombres
Escucha nuestras risas y también nuestro llanto
Escucha los pasos de millones de esclavos
Escucha la protesta interminable
De esa angustia que se llama hombre
Escucha el dolor milenario de los pechos de carne
Y la esperanza que renace de sus propias cenizas cada día.
También nosotros te escuchamos
Rumiando tantos astros atrapados en tus redes
Rumiando eternamente los siglos naufragados
También nosotros te escuchamos
Cuando te revuelcas en tu lecho de dolor
Cuando tus gladiadores se baten entre sí
Cuando tu cólera hace estallar los meridianos
O bien cuando te agitas como un gran mercado en fiesta
O bien cuando maldices a los hombres
O te haces el dormido
Tembloroso en tu gran telaraña esperando la presa.
Lloras sin saber por qué lloras
Y nosotros lloramos creyendo saber por qué lloramos
Sufres sufres como sufren los hombres
Que oiga rechinar tus dientes en la noche
Y te revuelques en tu lecho
Que el insomnio no te deje calmar tus sufrimientos
Que los niños apedreen tus ventanas
Que te arranquen el pelo
Tose tose revienta en sangre tus pulmones
Que tus resortes enmohezcan
Y te veas pisoteado como césped de tumba
Pero soy vagabundo y tengo miedo que me oigas
Tengo miedo de tus venganzas
Olvida mis maldiciones y cantemos juntos esta noche
Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar
Olvida los presagios funestos
Olvida la explosión de mis praderas
Yo te tiendo las manos como flores
Hagamos las paces te digo
Tú eres el más poderoso
Que yo estreche tus manos en las mías
Y sea la paz entre nosotros
Junto a mi corazón te siento
Cuando oigo el gemir de tus violines
Cuando estás ahí tendido como el llanto de un niño
Cuando estás pensativo frente al cielo
Cuando estás dolorido en tus almohadas
Cuando te siento llorar detrás de mi ventana
Cuando lloramos sin razón como tú lloras
He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras
He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria
Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados
He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte
Largo espectro de plata conmovida, de Federico García Lorca (España)
Largo espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.
Llaga de amor que me dará la vida
perpetua sangre y pura luz brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y nido blando.
¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!
Me tenderé junto a la flor sencilla
donde flota sin alma tu belleza.
Y el agua errante se pondrá amarilla,
mientras corre mi sangre en la maleza
mojada y olorosa de la orilla.
Al oído de una muchacha, de Federico García Lorca (España)
No quise.
No quise decirte nada.
Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
Ciudad sin sueño, de Federico García Lorca (España)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
Fundación mítica de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges (Argentina)
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
presenciada de auroras y lluvias y sudestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
La sangre derramada, de Federico García Lorca (España)
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡Yo no quiero verla!
Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges (Argentina)
La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.