A pesar de que el reconocimiento formal de nuestros derechos es una terminología de tradicional discurso jurídico que debe ser respetado por todo ser social, existe una gran contradicción al momento de aplicarlo a la realidad. Una realidad contada bajo el lente que pretende transmitir el día a día del ciudadano rohingya y el cómo ser un factor de cambio frente a este notorio contraste social.Dentro de la conciencia colectiva muchos son los que afirman que la naturaleza humana es cruel, concepto basado en hechos históricos que demuestran que la ambición al poder es capaz de llevar a las sociedades hasta las más catastróficas consecuencias.
Pero, para otros existe la afirmación de que dentro del mismo concepto de conciencia social radica la necesidad de hacer que los derechos humanos sean verdaderamente conocidos, aplicados, repartidos y mantenidos en cada uno de los ideales que hacen país.
Más allá de las creencias religiosas o los ideales políticos que podamos poseer, existe una esencia sagrada que nos hace únicos y capaces de sentir empatía por el otro. Donde a pesar de que existan adversidades que no nos permitan entender ciertas situaciones de manera imparcial, sí tenemos la capacidad de cambiar la realidad de alguien más a través de la ayuda humanitaria.
Las condiciones humanitarias dentro de ciertos sectores de la sociedad no siempre cumplen con los principios de bienestar en términos de derechos humanos, muchos son los que hoy en día tienen la necesidad de huir de las localidades en las que hacen vida debido a que no son considerados ni siquiera como ciudadanos, grupos étnicos y mucho menos gozan de la libertad de movimiento dentro de dichos territorios.
Una condición de vida de carácter vulnerable ante cualquier representación de peligro, bien sea una escasez grave a los servicios esenciales como alimentación, salud y educación o el hecho de no tener una consideración suficientemente “importante” como para que actos de violencia sean ejercidos sobre la persona sin ningún tipo de reprenda judicial hacia el agresor. Así es la vida de todos los miembros que pertenecen a la comunidad rohingya.
¿Quiénes son los rohingya?
Son un grupo de alrededor de un millón de personas que se concentran dentro de etnias en la localidad de Rakhine, Birmania. A diferencia del 90% de las personas que conforman la sociedad birmana que es profesante del budismo, los rohingya son musulmanes.
A ciencia cierta el origen de todos los miembros de la comunidad es desconocido, residen dentro del territorio birmano pero esta sociedad no los considera como ciudadanos. Algunos líderes de la comunidad afirman que son descendientes de árabes, pero en Birmania se mantiene la creencia de que son musulmanes que han migrado de Bangladesh a Myanmar.
Su condición de vida es precaria, el trato que se les brinda a los miembros de la comunidad rohingya es violento y desinteresado. El conflicto entre ambas culturas comienza durante la Segunda Guerra Mundial, donde el enfrentamiento entre comunidades musulmanas y budistas hizo un hincapié histórico hasta el sol de hoy, en el que los encuentros liderados por la violencia y desigualdad no dejan de suceder.
Las cosas no han cambiado hasta el día de hoy, todas las personas que conforman esta comunidad siguen siendo víctimas de la negligencia, represión y exclusión; los derechos de estos no son considerados ni siquiera como un principio inviolable.
Las posibilidades de conseguir un empleo y de tener una vida normal son aún más limitadas ya que para poder realizar algún proceso legal deben pedir permiso al estado Birmano, mismo que les impide ser poseedores de tierras y algún tipo de papeleo legal.
Mis derechos terminan donde comienzan los tuyos
En ocasiones, la posibilidad de mirar a través del lente ajeno es nula. No todos sabemos cuál es el contraste entre las realidades de cada individuo, son mucho más difíciles de interpretar cuando esa realidad está inundada de violencia, desigualdad y crisis.
Si bien es cierto que “estar en el lugar del otro” es una tarea difícil que puede tener miles de connotaciones, la habilidad de desarrollar cierta empatía y sensación de protección hacia los que menos posibilidades tienen no lo es tanto.
Todo comienza con la decisión de “hacer algo”, bien sea a través de organizaciones como ACNUR cuya propuesta es defender a toda costa el derecho que todos los ciudadanos que se encuentran en situación de refugio tienen, como el aprender cada vez más sobre el contexto que vive cada miembro de la comunidad y crear estrategias que puedan suplir de alguna manera una necesidad vital que ese ser tenga.