Los albores del espiritismo en Alicante | Abrigado con redingote y tocado con sombrero de copa, José Gabriel Amérigo, comerciante, banquero, constructor y político, avanzaba con paso decidido por la calle Mayor, en dirección a la villa vieja. Era el mediodía del sábado 6 de enero de 1872, Epifanía de Nuestro Señor.
Anduvo por la calle Mayor y luego por la calle Villavieja, cuyas aceras habían sido asfaltadas diez años atrás, por una empresa de su socio Javier Juan Langlois. Previamente, entre enero de 1860 y junio de 1861, se había verificado la reforma del viaje y distribución de las aguas provenientes del manantial Casablanca, sustituyendo las antiguas atajeas por tubos de hierro a la Chameroy, embetunados interiormente y guarnecidos con una capa de asfalto, al mismo tiempo que se construían, repartidos por la ciudad, ocho fuentes de hierro y varios abrevaderos; todo ello a cargo de una empresa que ingresó por tales obras más de seiscientos mil reales y en la que Amérigo tenía importantes participaciones.
Ya en la plaza de Santa María se reunió con don Manuel, hombre de larga barba, alto y delgado, que vestía capa negra con forro encarnado.
Manuel Ausó Monzó había nacido en Alicante en 1814, tenía pues cincuenta y ocho años. Había estudiado en el convento de San Francisco de Alicante y en el seminario de Santo Domingo de Orihuela. Después había cursado estudios de Medicina y Cirugía en Madrid, Valencia y Barcelona, doctorándose en 1845. Estableció su consulta en Alicante, donde también se hizo cargo de la cátedra de Historia Natural en el recién creado Instituto de Segunda Enseñanza, organizando y dirigiendo un gabinete naturalista puntero. En seguida recopiló una copiosa y escogida clientela, que le siguió ciegamente cuando decidió orillar la medicina tradicional para especializarse en el método homeopático, del que llegó a ser muy pronto su principal apóstol en todo el país. Era masón –de la logia Alona– y demócrata. Fue vocal de la Junta Revolucionaria provincial y, dos años atrás, en enero de 1870, presidió el primer comité local del partido republicano. Y aunque creyente, en su afán por romper lazos con las preocupaciones escolásticas que aprisionan el progreso y la ciencia, se había entregado por entero desde hacía unos años al espiritismo. Dando la espalda, según decía, a los intransigentes, ciegos y negros fanatismos, cuestionaba públicamente determinados principios fundamentales del dogma católico, pero sin poner un pie fuera del Evangelio, pues «¿Qué es la religión de Jesucristo? –replicaba a quienes le discutían sus creencias–. Todo menos falacia, menos brujería; menos crueldades; menos ambiciones; menos encono; menos orgullo; todo menos comerciar con el alma del cristiano; todo menos el mal». Fiel seguidor de Leon Hippolyte Denizart Rivail, más conocido por su seudónimo de Allan Kardec, Ausó tenía siempre junto a la Biblia un ejemplar de la principal obra del espiritista francés: Le livre des esprits. Recibía puntualmente la Revue spirite, editada por al Sociedad Parisina de Estudios Espiritistas, la revista El Criterio, de la Sociedad Espiritista Española, y la Revista espiritista, periódico de estudios psicológicos, publicada en Barcelona. En julio del año pasado se había organizado la Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos, presidida por él; y hacía tan sólo unos días había fundado La Revelación. Revista Espiritista Alicantina, con periodicidad quincenal e impresa en los talleres de Costa y Compañía, ubicados en el número 21 de la calle de San Francisco.
Amérigo y Ausó eran antagonistas políticos, pero hoy tenían un objetivo común. Juntos fueron a la cercana residencia de Planchard, dueño de uno de los tres gabinetes de fotografía que había en la ciudad, donde llevarían a cabo, en compañía del fotógrafo y del distinguido médium Juan Pérez, un extraordinario experimento cuyo resultado saldría publicado en La Revelación, la revista fundada por Ausó, en su siguiente número:
Al médium Pérez, tras la pertinente evocación «se le presentó el espíritu de su padre, que, enterado del caso, deseaba salir retratado junto con su hijo». Realizada la fotografía, Planchard declaró «que notaba dos manchas en el cliché con formas humanas, una a la derecha y otra a la izquierda del médium que se había retratado. Efectivamente, habían salido en el cliché los retratos de dos espíritus. El que estaba a la derecha era el padre del mencionado J. Pérez (que fue reconocido después por infinidad de amigos que le conocían y en particular por su misma esposa), y se hallaba reclinado sobre su hombro; y el de la izquierda fija la vista en el suelo en actitud grave y respetuosa.»
Pero la noticia de La Revelación tuvo su réplica pocos días después, el 20 de enero, en El Semanario Católico, cuyo director había abierto una campaña en contra del espiritismo. La polémica y los enfrentamientos entre ambas publicaciones rivales eran constantes y constituían la comidilla preferida de la mayor parte de la sociedad alicantina. La crítica burlona comenzaba diciendo: «La maravilla de las maravillas ha tenido lugar en esta ciudad, y en la casa de un conocido y acreditado fotógrafo»; y que, después de narrar el hecho supuestamente sobrenatural, añadía: «el busilis estaba en la plancha, que, no habiéndose limpiado convenientemente después de otro retrato, ha sacado en éste lo que quedó por limpiar en aquél».
En su artículo titulado Los orígenes polémicos del espiritismo en Alicante (Canelobre n.º 49), Vicente Ramos se hizo eco de la noticia de aquella supuesta foto paranormal que tanta expectación y controversia generó en el Alicante de 1872.